jueves, 28 de abril de 2011

HERACLES, DEYANIRA Y LA TÚNICA


Habiendo cumplido con virtud y esfuerzo, sus doce trabajos, Heracles se marcha del Peloponeso, cruza por mar hasta Calidón en Etolia, al norte del golfo de Corinto, donde establece su residencia. Allí vino a su memoria el último o penúltimo trabajo, el descenso a los infiernos y su encuentro con la sombra de Meleagro; éste le cuenta su desgraciada muerte luego de finalizada la cacería del jabalí de Calidón. Atalanta, la heroína consagrada a Artemisa, había herido al feroz animal y Meleagro terminó de darle muerte. Como ella lo había alcanzado primero, él, cortésmente le había ofrecido la piel. Pero los hombres, hijos de Testio, se negaron a aceptar que una mujer lograra el trofeo. En una actitud justiciera y de reivindicación por las mujeres, Melegro mata a los hijos de Testio y así le cuenta al hijo de Zeus:
-Eran mis tíos, hermanos de mi madre Altea, ella sabía, divino Heracles, de mi destino ligado al tizón de madera, las moiras se lo habían revelado: mi vida duraría hasta que el tizón se extinguiera. Al enterarse que maté a sus hermanos, sacó del cofre el tizón, lo encendió y cuando este se hizo cenizas, provocó mi muerte.
-Meleagro, en tu lugar hubiese hecho lo mismo-, le responde Heracles, (aunque su obsesión por las pieles le hacía dudar en cuál habría sido su decisión).
-Heracles, te suplico te cases con mi hermana, Deyanira, es mi deseo.
- Así lo haré, amigo, lo juro por mi padre. El alma de Meleagro se alegró por la respuesta y desapareció en dirección al palacio de Hades, desde las praderas de Asfódelo.
A los pocos días de este recuerdo, Heracles se dirige a Pleurón, cerca de Elotia para casarse con la bella Deyanira tal como se lo había prometido a Meleagro. Ella era la hija del rey Eneo y de Altea.
El problema era que había otro poderoso pretendiente, el Dios río Aqueloo.
Heracles y Aqueloó se traban en lucha feroz; Aqueloo, como las ctonias divinidades marinas, tenía la capacidad de cambiar de forma, así se metamorfoseó en toro, en serpiente y en hombre con cabeza de toro. Pero nada detuvo a Heracles quien lo sujeta por la cabeza y le rompe uno de los cuernos haciendo que el río se retire derrotado.
Victorioso, obtiene la mano de la princesa Deyanira y se casan, cumpliendo el deseo del desgraciado Meleagro.
Luego de una brillante noche de bodas, mientras gozaba de una cena familiar, (el apetito de Heracles es proverbial), un pariente de Eneo, salpica con agua sus piernas, él lo mata de un cachetazo.
Ante la adversidad, decide marcharse con Deyanira y su pequeño hijo Hilo, a la ciudad de Traquis, en el golfo Malíaco, en Tesalia. Había que cruzar el río Evano, donde el centauro Neso, haciéndose pasar por barquero, se ofrece a llevar gratis a Deyanira mientras Heracles cruzaría nado; en la mitad del río el centauro, presa de una súbita urgencia erótica, saltó en dirección opuesta e intentó violar a la joven esposa. Heracles arroja una de sus flechas envenenadas con el veneno de la Hidra de Lerna. Pero antes de morir, el centauro tuvo tiempo de sugerir a Deyanira que recogiera la sangre que manaba de su herida:
-Bella Deyanira, sabes lo mujeriego que es tu marido, toma este filtro de amor que un día precisarás frente a una nueva conquista amorosa, nada temas de alguien como yo que estoy muriendo- le dijo casi al oído el malherido Neso.
La ingenua ¿o no tanto? guardó el supuesto filtro de amor que en realidad contenía el veneno de la Hidra.

Curioso acto de mujer en la época del varón : su madre Altea, mata a Meleagro a distancia, mediante el encendido del tizón y su hija Deyanira matará a Heracles a distancia, mediante el encendido del veneno untado en la túnica.
Ellas, saben de filtros y de magia, ellas tienen la naturaleza de Gea, como Circe y Medea.

Ya hospedado en la ciudad de Traquis, Heracles sigue con sus hazañas y marcha al mando de un ejército para arrasar Ecalia y vengarse del rey Eurito, quien se negaba a entregar a la princesa Yole a quien había ganado con el tiro al arco.
No lo detuvo el hecho que ya estaba casado con Deyanira. Pero a él, no le interesaban las leyes, estaba por encima de ellas por tanto respetar la norma del oikos matrimonial, no estaba entre sus planes.
Con su ejército, arrasa Tesalia, mata a Eurito y todo su séquito y se lleva el botín en oro y en esclavas entre las cuáles está Yole, de quien se enamora y la envía junto a las otras a Traquis, con Deyanira, a quien, antes de partir, le había dejado un testamento según la voz del oráculo de Dodona.

La apoteosis
Luego de consagrar un altar de mármol, Heracles prepara un sacrificio a Zeus en homenaje por la exitosa empresa a Ecalia.
Había enviado a un mensajero de nombre Licas para pedir una túnica nueva a Deyanira que esperaba en Traquis. Ella sospecha y luego un segundo mensajero confirma las sospechas: Yole la hermosa princesa cautiva, era el amor de Heracles. Mas joven que Deyanira, ella está convencida que será la amante de su marido bajo el techo de su propia casa. Decide entonces usar el filtro de hechizo erótico que guardaba celosamente en un cofre. Unta la túnica usando una lana y se la da a Licas para que la lleve a Heracles como regalo, con las siguientes recomendaciones - no expongas al sol ni a la luz la túnica envuelta, entrégala a Heracles y dile que lo amo. Cuando Licas ya había partido, Deyanira con horror observó cómo el pedazo de lana expuesta sol del patio, ardía y manada de ella sangre espumosa; se da cuenta del engaño de Neso y jura quitarse la vida si su marido muere a causa de la túnica envenenada.
Heracles en tanto, ya había sacrificado toros a Zeus, cuando de pronto siente un calor extremo en su piel y empieza a gritar de dolor, la túnica se adhería mas y mas a su piel y a ejercer un efecto corrosivo que dejaba al aire libre los músculos y parte del hueso del héroe. El calor había encendido el hechizo. Se tiró al arroyo cuyas aguas empezaron a hervir y de ahí en adelante se llamaron Termópilas: paso caliente.
Viendo el horrendo efecto de la túnica, Licas se disculpa pero Heracles lo arroja al Mar Eubeo.
Luego manda por su hijo Hilas y le da instrucciones: debe levarlo a Traquis, encender la pira funeraria, con él y la piel del león en el monte Eta. La piel y la túnica eran la misma cosa, como un pharmakón, que es veneno y remedio, la piel protege la túnica provoca la muerte, ¡un efecto colateral que no estaba en el prospecto!
El próximo deber para Hilas era casarse con Yole, sí con la hubiese sido su madrastra.
El joven, entre abrumado y afligido, escucha de su padre moribundo, la vieja profecía: "no moriré a manos de un mortal sino por alguien ya muerto."
Y la profecía se estaba cumpliendo, el matador era Neso el centauro y el instrumento, la túnica con el veneno. Deyanira, diríamos hoy, fue partícipe necesaria.
Hilas trata de convencer a Heracles de la inocencia de Deyanira, ya que el héroe la maldecía y quería matarla con sus propias manos.
Pero Deyanira al enterarse del estado moribundo de su marido decide clavarse un puñal en la cama matrimonial. Una bella muerte masculina, como el hoplita en el frente de batalla, como hubiese querido Heracles, Tener a mano un filoso cuchillo para hundirlo en sus carnes y morir a lo macho.
Hilas no se animó encender la pira, y lo hizo en su lugar, el hijo de un pastor, de nombre Filóctetes. Heracles, en agradecimiento, le prometió su arco y sus flechas, que luego el joven usaría con destreza en la guerra de Troya.
Mientras las llamas consumían el cuerpo de Heracles, se oyó un trueno y desapareció hacia el Olimpo en el reflejo de un relámpago. Una vez ascendido al reino de los dioses., se amiga con Hera y se casa con su hija Hebe, que Hera había tenido por partenogénesis, sin intervención masculina, sola e n el Jardín de Flora, con el frotamiento de una lechuga singular. Heracles, finalmente, ha conquistado la inmortalidad.

AUTOR: Marcelo Ocampo

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

1. GRAVES, R. Los mitos griegos. Ariel.
2. SÓFOCLES. Las Traquinias. Ediciones Terramar.
3. YEVLIN, M. El jardín de los monstruos. (Biblioteca Nueva)
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martes, 12 de abril de 2011

EL CAMINO DE HIPOTENUSA -La aflicción de Pitágoras-


Un día, Hipotenusa, se arrojó a las aguas del Nilo, nadó un trecho, montó en un buey camino a occidente, luego, en toro, llegó a Tebas y de ahí en burro, hasta Judea.
Sabe que en Tebas hay un niño Dios, coronado de hiedras y de pámpanos y en Belén, otro niño dios nacerá, se mecerá en la cuna y la cruz será su sacrificio.
El carpintero construyó la cuna y la cruz.

Hipotenusa, pronto reinará en algún lugar, como ya reinó hace años, no se sabe cuántos, en el bajo Egipto.
Ella tiene memoria de un paraíso perdido en la antigua sabana africana.

Pitágoras, se despierta esa mañana, lava su cara de legañas en el agua de la jofaina, se sirve un magro desayuno de pan de cebada, agua (no bebía vino) y una aceituna. Satisfecho el primer apetito, va a casa de Milón de Crotona, su mecenas y su alumno, abre la puerta debajo del dintel, atraviesa el patio, el pórtico, sube las escaleras de madera, golpea la puerta de doble hoja de encina que da paso a la estancia y, desde adentro, él contesta: - pasa querido maestro, ya estoy despierto.

Pitágoras, presa de una gran aflicción, ingresa y pregunta: - Milón, discípulo predilecto, ¿haz visto a Hipotenusa?
Con aliento a buey en celo, Milón, acostado al lado de una mujer diestra en primorosas labores, contesta:- ¡Oh, maestro!, no la he visto, sabes que no comprendo muy bien a Hipotenusa y sus catetos, soy un soldado que se prepara para combatir contra Sibaris, la ciudad de los corruptos, la vamos a aplastar, mataremos a todos los hombres y nos haremos de un gran botín de oro, ganado y de bellas mujeres que serán nuestras esclavas.

Atribulado, Pitágoras, se retira, camina por las angostas calles de tierra, preguntando a cada habitante de la polis, por su querida Hipotenusa.
Nadie la ha visto.
Muchos pensaron que el maestro se había vuelto loco.
Para colmo, corría el rumor de su creencia en seres lunares sin boca que él llamaba “daiomones”.

Pitágoras, muy afligido, vuelve a casa, sin albergar la esperanza de encontrarla, pensado que tal vez, algunos acusmáticos arrepentidos de su orden, la habrían raptado.
Estos desertores, dejaron de creer en verdades indemostrables y guiaban sus acciones por axiomas vacíos de toda moral.
Ya no comulgaban con la hetería soteriológica de la cofradía pitagórica.

El juramento era el recurso del lenguaje, entre la polis y la religión, pero, las imprecaciones eran cuestión cotidiana, el poder y el conocimiento había que mantenerlo entre unos pocos. En la parodia de juicios en el Areópago, los jueces eran parte de la gran conspiración.
Pitágoras era un instrumento para sus planes. Los que cometieron perjurio contra él, siempre vieron a Hipotenusa, su hija legítima, como una amenaza para su mundo de intrigas y de sofismas.

Los aritméticos, en cambio, estaban enamorados de Hipotenusa, algunos se animaron a pedir su mano, pero el maestro tenía otros planes para ella.

Lo cierto es que la raíz cuadrada de 25, sin el 5, ya era nada.

Y los sofistas avanzaban con sus retóricos discursos, arengando a las masas.
Pitágoras vuelve a Samos, llevando en una bolsa de cuero, los cadáveres de dos catetos y de un ángulo recto.

Luego de un largo tiempo, Pitágoras, sentado en un promontorio rocoso de Samos, concentró su mente, hasta entrar en trance siguiendo las milenarias técnicas aprendidas de consagrados chamanes como Zalmoxis y Abaris.

Su cuerpo quedó inmóvil y su alma extática, partió hacia donde nacen las voces de los vientos, buscando noticias de su hija.
En su chamánico vuelo, pregunta a los vientos, y a las otras almas que vagan sin destino en las praderas de Asfódelos, por su querida Hipotenusa.
Nadie la había visto.

Hasta que, al noveno día, mas allá de la pradera de los muertos, el alma del chamán llega a un lugar, pasando por una puerta de 7 estrellas: era el país de los aromas.
Fue ahí donde el alma de Pitágoras termina el largo viaje.
Hipotenusa, su querida hija, estaba en medio del bosque de aromas, plácidamente sentada sobre un soberbio trono de asiento hueco, con un cetro de oro y engarces de perlas y de ámbares.

Sobre su cabeza, lucía una hermosa corona de cinco puntas, tan brillante como el sol y un par de bellos aros, colgaban de sus rosados lóbulos, con la forma del símbolo áurico.
Un collar de plata con una gran estrella pentagonal de marfil, adornaba su largo y níveo cuello.
Hipotenusa era la reina de un nuevo mundo, de un paraíso, con árboles de mirra y de incienso, alimentados por los brazos de cuatro ríos, con hombres y mujeres de una gran bondad que se alimentaban de malva y asfódelo, mientras gozaban de los aromas, en el país más allá del cielo, con el sonido envolvente y celestial de las flautas de Euterpe.
Aquella beatitud incorruptible, llenó de luz inicial el alma de Pitágoras, que ya no tenía necesidad de volver a su cuerpo extático en Samos, porque ya, era parte del todo.


Marcelo Ocampo
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